Desde el año pasado no he vuelto a escribir sobre mi droga favorita, sobre la dependencia a los decibelios y la pérdida de audición progresiva, sobre el amor por la distorsión y los hachazos eléctricos de los héroes del rock, que para algo son héroes en un mundo como éste donde tan difícil es no ser un villano. El amor por la música en general y el rock en particular. Y se me hace difícil no pensar en un grupo que no ame/odie tanto como Metallica. Históricos y prescindibles, inigualables y despreciables, hay tantos adejetivos que me vienen a la mente cuando pienso en Metallica que se me hace difícil no pensar en otro grupo que haya despertado tantas sensaciones en mí. Los he visto en tres ocasiones y creo que en ninguno de los tres conciertos no he tenido la sensación de estar viendo a la mejor banda que ha pisado un escenario en la vida. Y eso que nunca ha estado ahí el señor Cliff Burton, ese mago de las cuatro cuerdas, auténtico responsable de que las puntas de mis cuatro dedos de la mano izquierda puedan ser atravesadas por un alfiler. Precisamente la visión de este animal en la prehistoria del DVD me empujó a perder el tiempo con lo que más me gusta. Cliff murió y solo estuvo tres años y tres discos en Metallica, pero eso le bastó para dejar una huella que los demás nunca superaron, por mucho que digan que Robert Trujillo ha ocupado el lugar que Burton dejó.
Una influencia tan grande que ha conseguido que mucha gente ame el bajo en un estilo tan difícil para él como lo es el Metal. Y una influencia tan grande que hizo de Metallica el grupo más grande de la historia. Los otros tres se han empeñado en no serlo por sus tonterías, pero hay algo en esa banda que los hace especiales, y yo no sé qué es.
El precedente de ver a Cliff sacar petróleo de su Rickenbacker fue un directo pirata en Donington de la gira del disco negro, prestado por mi camarada de largo recorrido Yaser. Corrían tiempos de amor por el Hardcore y Punk Rock cuanto más rápido mejor, y una entrada con Enter Sandman no era lo que yo andaba buscando. El sonido tampoco ayudó. Pero esas canciones con el tiempo fueron tomando forma y no hay ni una que no haya intentado tocar a día de hoy. Por algo será.
Esta semana me he agenciado un libro de esos para poner en la estanterías donde su fotógrafo de toda la vida, Ross Halfin, plasma la historia de estos tíos desde mediados de los 80 hasta la actualidad, y no he podido evitar volver a hacer mención de mis queridos/odiados Metallica, de los que tanto he hablado y aburrido al personal. La verdad que lo seguiré haciendo mientras sigan produciéndome esa sensación de haber marcado a fuego mi adicción al rock n rolla ou yeah.
Pido perdón a los Cimbrelines porque se me escapen algunos riffs en algún concierto. Doy las gracias a los que me habéis ayiudado a descubrir a este grupo, a Michi por pasarme el contacto (I'm sure you won't read this but thanks anyway) y poder tener en mis manos la batería del danés bajito, al roadie belga que me inundó de púas porque le dije que no me podía creer que estuviera montando la plataforma que tantas veces había visto en casa, a Cliff por haber vivido, y a los otros dos por haber construído Metallica, a pesar de todo. METAL UP YOUR ASS!
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